En pleno corazón de Bangkok, el centro comercial más exclusivo de la zona puso una flamante máquina frente a su entrada, anunciada a bombo y platillo y con azafatas enfundadas en trajes de ciencia-ficción y mascarillas sanitarias.
El trasto, un donut gigante con neones azules, es un portal que al ser atravesado expulsa una mezcla de alcohol y líquidos higienizantes. ¿Sirve de algo? Seguramente no, pero el asunto está en dar el cante y que el personal crea que está a salvo.
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Tailandia ha vivido varias etapas en el desarrollo del Covid19 en su territorio. Pasó de una histeria letal por el brote de coronavirus (fue el país más afectado fuera de China al principio) a una calma pasajera.
La contención del contagio, estuviera orquestada por una falta de pruebas o no, hizo que la población se tranquilizara y también que se sacara pecho mientras otros países sucumbían. Igualmente, cómo no, creció el racismo igualmente.
A finales de enero, el panorama pintaba muy negro para el país más popular del Sureste Asiático. Por un lado, los ciudadanos chinos empezaban a dejar de venir y se agotaba la enorme fuente de riqueza del país, pero por otro aparecían contagios por Covid19 y se temía que Tailandia sucumbiera frente a ello.
Y mientras otros países restringían el acceso de los ciudadanos chinos, el Gobierno del general golpista Prayuth Chan-ocha simplemente miró hacia otro lado. “Lo tenemos todo bajo control”, dijo con la naturalidad del que deja todo en manos de la providencia divina. Porque en realidad no hizo nada. La estrategia, eso sí, le salió mejor de lo esperado.
La inacción frente al contagio y la fortuna del calor
Durante buena parte de febrero y hasta hace pocos días, Tailandia no sufría muchos contagios por coronavirus y las mascarillas dejaron de ser omnipresentes en la población siamesa.
Muchos, hasta dijeron que la llegada del virus fue una bendición, ya que la saturación que se vive en Bangkok, desde que hace cinco años los turistas chinos empezaran a llegar en masa, cambió drásticamente.
Muchos mercados que habían apostado por el cliente chino estaban en horas bajas, y el turismo se resentía. Los residentes y ciudadanos, en cambio, respiraban aliviados y empezó a notarse en el ambiente una falsa sensación de seguridad. El coronavirus, decían, se había mantenido bajo control.
El Gobierno se dedicó a hacer el ridículo, sin importarle lo que la opinión pública pensara y pronto, se empezó a plantear que la escasez de contagios se tenía que deber a que los tests de coronavirus no se estaban realizando.
Eso, algo de certeza tiene, ya que había una gran escasez de materiales para los análisis y los hospitales privados, viendo una manera de sacar tajada, se hicieron con dichos componentes para las pruebas y venden los análisis a quienes quieran ver si están contagiados por precios que van desde los 300 a los 900 dólares.
En cambio, el sistema público no disponía de suficientes posibilidades para ver si los ciudadanos estaban sanos.
El contagio no fue muy elevado
Por fortuna para todos, puede decirse que el contagio no fue muy elevado. Al menos eso se desprende del hecho de que no tengamos que lamentar colapsos hospitalarios y que ser tratado por el Covid19 aún sea relativamente sencillo. El virus solo se ha cobrado una vida en el país, y fue la de un paciente que también pasaba por una infección de dengue hemorrágico.
Pero, ¿por qué los contagios no avanzan rápidamente en Tailandia?
Se estima que es por el calor, ya que estamos acercándonos en muchas provincias a los 40 grados centígrados, entre ellas Bangkok. Eso ha convertido a Tailandia en un refugio, al menos de manera aparente, ya que ahora todo se está poniendo en entredicho.
El nuevo racismo contra los occidentales y los viajeros
Las medidas de cuarentena son mínimas, y eso junto a lo tardías que fueron las restricciones de viajes hicieron que demasiados países pusieran a Tailandia -el gran aliado de China- en una lista negra pese a no existir contagios.
En Tailandia se creyeron vivir en un territorio libre de virus. Las empresas empezaron a sancionar a aquellos que venían de Japón u otras zonas afectadas y les obligaban a ser suspendidos de empleo y sueldo por dos semanas. Peor fue el aumento de racismo, que ha vivido su esplendor en las últimas dos semanas.
Los europeos no se duchan
“Los europeos no se duchan”, dijo el ministro de Salud, Anutin Charnvirakul, un ex constructor al frente del ministerio más importante del momento.
Luego, dijo a su pueblo que desconfiara de la “chusma occidental” que huía de sus países e iba a contagiar a Tailandia. Curiosamente, desde las autoridades se suele hacer referencia a los contagios que proceden de Europa, pero no se menciona a China en ningún caso.
El odio también se ha mostrado desde las elites dominantes hacia aquellos con menos recursos. Tras explotar el contagio en Corea del Sur, una gran cantidad de tailandeses viviendo allí de manera ilegal quisieron regresar a casa, en su mayoría prostitutas y granjeros.
Y sus compatriotas en Tailandia los rechazaron, dijeron que no querían contagiarse y ofrecieron que los llevaran a todos a una isla desierta al menos dos semanas. Finalmente, muchos de ellos acabaron en campos militares a la espera de pasar una cuarentena.
Todo se ha precipitado bastante en los últimos días. Hace una semana escasa, el primer gran brote de contagio se produjo en la zona más exclusiva de Tailandia, el barrio de Thong Lor. Un grupo de jóvenes de juerga compartió tragos y cigarros, y casi todos enfermaron.
Ahora mismo, dichos contagiados también han transmitido el virus a sus allegados y los números empiezan a subir mucho, aunque siguen siendo tan solo algo más de un centenar.
La histeria está regresando y ya se empiezan a plantear posibles cuarentenas autoimpuestas en casa.
El Gobierno, por otro lado, ha cancelado el visado On-Arrival a 38 nacionalidades. En lengua española solo han censurado a México, y los españoles pueden seguir entrando con normalidad (esto puede cambiar en cualquier momento) pese al problema que hay ahora mismo en su país.
Además, la excusa de que el calor adormece al coronavirus no acaba de encajar, ya que en Malasia están aumentando muchos casos y Kuwait también tiene los suyos. Por ello, algunas discotecas han empezado ya a cerrar (la emblemática Route66 ha dejado de operar hoy hasta nuevo aviso) y quizás les sigan los bares.
Es difícil prever qué ocurrirá en Tailandia, pero es posible que la inacción siga siendo la tónica habitual. El ministro de Salud soltará su verborrea contra los occidentales y el primer ministro Prayuth Chan-ocha se dedicará a sus eventos estrambóticos, como cuando baila con el personal médico de los hospitales para ponerle buena cara al contagio.
El turismo, eso sí, está derrumbado como en tantos otros lugares y, ¿quién sabe? Los optimistas dicen que el ajuste puede ser beneficioso para Tailandia si eso hace que dependa menos del turismo chino. Esperemos, al menos eso sí, que la virulencia del coronavirus en Tailandia sea menor debido al calor y que no tengamos que lamentar demasiadas infecciones.
1 comentario
Es muy atrevido y anticipado decir que el racismo en Tailandia este subiendo o ganando fuerza, basándose sólo en las palabras de algún político y sin verificar si cala en la actitud del pueblo p.e. contra los occidentales. Cabe de esperar algo más objetividad sin intenciones secundarias del periodismo ; pero claro, últimamente sube aún más que antes, si cabe, el periodismo que más vende. Una lástima y una vergüenza.